Hoy mirando una serie americana me he permitido el lujo de recrear en mi mente lo que es una de las típicas escenas.
Es una tarde alegre fuera en la calle, aunque para mi no parece muy prometedora: el teléfono no ha dado señal de vida en todo el día y eso que he mirado varias veces para asegurarme que no estaba en silencio, fuera de cobertura o sin batería. Hoy la gente no estaba lo suficientemente aburrida como para contar conmigo, no les culpo, pocas son las veces que realmente me apetece salir tarde. Pero hoy daba la casualidad de que quería probar el sabor de la noche, al fin y al cabo tengo 24 años y es casi mi “deber” salir de fiesta.
Abro mi armario y después de echar un vistazo rápido mi mente lo planea todo al ver mi vestido negro: hoy cambiaríamos de planes y de ambiente.
Descuelgo la percha y miro el vestido, no parece muy arrugado, estoy de suerte.
Con extremo cuidado me pongo las medias y las sujeto con el liguero, tiendo bastante a engancharlas con las uñas y reducir su tiempo de vida en un día, así que como señal de respeto a mi pobre economía sigo con extrema cautela cada movimiento de muñeca hasta que el recorrido llega a su fin.
Torpemente me pongo el vestido hasta que al final consigo que se acomode a mi cuerpo; es de tirantes un poco anchos con un generoso escote, ceñido por debajo de los pechos y con caída hasta las rodillas. Recuerdo un collar de plata con una piedra de Swarovsky que me encanta (brilla mucho cuando le da la luz) y que quedaría perfecto con este vestido. No es muy largo pero lo suficiente como que para los ojos que se posen en él tengan la sana tentación de seguir un poco más abajo y disfrutar de una agradable (aunque escasa) visión.
Escojo mis dos pulseras de perlas: unas blancas y otras negras y los pendientes a juego (una pequeña perla montada en un cierre simple de plata).
Los zapatos negros a juego con el vestido no son muy altos, apenas tienen dos dedos de cuña, lo suficiente para que al andar produzcan ese sonido de tacón que tanto nos gusta a las mujeres.
Voy al espejo e intento varios recogidos hasta dar con uno que sea lo bastante aceptable como para que me sienta guapa. Paso el pincel de la sombra de ojos por mi párpado y el cepillo de rimel por mis pestañas, dando un poco de curvatura y alargando los extremos de cada una. No abuso mucho del colorete rosa y paso tímidamente una barra de labios de color morado.
Salgo de casa y me dirijo a mi destino, programando mi GPS interior para localizar la ruta mas corta a ese hotel tan distinguido que hay cerca de mi casa.
Entre pitos y flautas es madrugada, por lo que el bar ya estará abierto y apenas lleno. Efectivamente al llegar puedo ver que tan solo esta el hombre del piano (con las típicas canciones tristes), el barman limpiando las cocteleras y unos cuatro o cinco clientes en la barra.
Les echo un vistazo y encuentro alguien interesante: un hombre de unos 35 años, de pelo negro profundo, media melena con un par de ondas, como a mi me gusta. Viste un elegante traje, camisa oscura y corbata maltratada encima la barra (debía molestarle). Decido acercarme a él y sentarme a su lado, camino despacio y con seguridad para que puedan notar mi presencia con el ruido de los zapatos.
Al sentarme a su lado el barman me mira con cara de indiferencia y me pregunta a desgana:
-¿Qué desea tomar la señorita?
Inclinando mi cabeza hacia la derecha le digo:
-Lo mismo que el caballero.
Mi petición y mi proximidad hacen que el extraño levante la mirada para averiguar quién se sentía tan sumamente impotente y desgraciado a esas horas como para pedirse un whisky doble con mucho hielo.
Adivinando sus intenciones le miro tímidamente y le ofrezco una pequeña sonrisa. Me sonrojo un poco al ver que tiene unos penetrantes ojos verdes y que es realmente atractivo. El barman, con su ya normal indiferencia me sirve la bebida, haciendo que los dos desviemos la mirada al vaso. Se produce un silencio. Me mojo los labios para simular que bebo, odio el alcohol.
De nuevo me giro a él y con la misma sonrisa y voz tranquilizadora empiezo la conversación:
-Un mal día?
-Otro más de tantos. –Me dice mirándome de reojo mientras de un trago se termina su whisky. –Siempre pides lo que beben extraños o simplemente pides bebidas que no te gustan por vicio?
Esta vez él había bajado la mirada hasta mi copa, era evidente que por más que intentara disimular se notaba que no me gusta el whisky. Desvió su mirada hacia mi collar, las luces del local acentuaban su brillo y provocó que bajara la mirada hasta mi escote (el collar había dado el resultado deseado).
-Que es eso tan preocupante que mantiene a un hombre tan guapo anclado en este bar y a estas horas? Y sobretodo solo?
Cuando intentas entablar una conversación con alguien que posiblemente vaya por su tercer whisky y que no te ha mandado a paseo es porque quiere que le preguntes para poder contarte sus problemas.
-Mi vida es un desastre y una autentica mierda.
Se cruza de brazos y baja la cabeza. Cierra los ojos suspirando levemente. Vuelve a mirarme, esta vez a los ojos.
Su mirada me coge por sorpresa, no me esperaba encontrarme esos ojos verdes mirándome con tanta fuerza y tanta sinceridad, volví a sonrojarme al ver de nuevo su gran belleza pero no podía apartar la mirada de él, era como si estuviera pidiéndome ayuda, que le abrazara y le diera calor aunque solo fuera esa noche, quería sentirse un poco menos impotente entre los brazos de una extraña.
No recuerdo el tiempo que estuvimos mirándonos fijamente, solo recuerdo la siguiente escena: la escena del ascensor camino a su habitación entre gemidos de placer, besos apasionados y los intentos salvajes de quitar la mayor cantidad de ropa en el menor tiempo posible.
La alerta de actualización del antivirus me hace tocar de pies en el suelo. Abro los ojos y veo la serie americana que estaba mirando en pausa en la pantalla de mi ordenador. Miro la protagonista, miro al protagonista (el mío era más guapo, pienso mientras sonrío maliciosamente), de repente una mezcla entre decepción e ira se apodera sin explicación de mi interior y me borra esa estúpida sonrisa de la cara.
-Realmente esta vida es una mierda.
Cierro la ventana del reproductor de vídeo y maximizo la aplicación que estaba utilizando para hacer el programa que me han mandado como deberes del fin de semana.
-Creo que me vendría bien un whisky...