lunes, 5 de abril de 2010

Whisky doble con mucho hielo


Hoy mirando una serie americana me he permitido el lujo de recrear en mi mente lo que es una de las típicas escenas.

Es una tarde alegre fuera en la calle, aunque para mi no parece muy prometedora: el teléfono no ha dado señal de vida en todo el día y eso que he mirado varias veces para asegurarme que no estaba en silencio, fuera de cobertura o sin batería. Hoy la gente no estaba lo suficientemente aburrida como para contar conmigo, no les culpo, pocas son las veces que realmente me apetece salir tarde. Pero hoy daba la casualidad de que quería probar el sabor de la noche, al fin y al cabo tengo 24 años y es casi mi “deber” salir de fiesta.

Abro mi armario y después de echar un vistazo rápido mi mente lo planea todo al ver mi vestido negro: hoy cambiaríamos de planes y de ambiente.
Descuelgo la percha y miro el vestido, no parece muy arrugado, estoy de suerte.
Con extremo cuidado me pongo las medias y las sujeto con el liguero, tiendo bastante a engancharlas con las uñas y reducir su tiempo de vida en un día, así que como señal de respeto a mi pobre economía sigo con extrema cautela cada movimiento de muñeca hasta que el recorrido llega a su fin.

Torpemente me pongo el vestido hasta que al final consigo que se acomode a mi cuerpo; es de tirantes un poco anchos con un generoso escote, ceñido por debajo de los pechos y con caída hasta las rodillas. Recuerdo un collar de plata con una piedra de Swarovsky que me encanta (brilla mucho cuando le da la luz) y que quedaría perfecto con este vestido. No es muy largo pero lo suficiente como que para los ojos que se posen en él tengan la sana tentación de seguir un poco más abajo y disfrutar de una agradable (aunque escasa) visión.

Escojo mis dos pulseras de perlas: unas blancas y otras negras y los pendientes a juego (una pequeña perla montada en un cierre simple de plata).
Los zapatos negros a juego con el vestido no son muy altos, apenas tienen dos dedos de cuña, lo suficiente para que al andar produzcan ese sonido de tacón que tanto nos gusta a las mujeres.

Voy al espejo e intento varios recogidos hasta dar con uno que sea lo bastante aceptable como para que me sienta guapa. Paso el pincel de la sombra de ojos por mi párpado y el cepillo de rimel por mis pestañas, dando un poco de curvatura y alargando los extremos de cada una. No abuso mucho del colorete rosa y paso tímidamente una barra de labios de color morado.

Salgo de casa y me dirijo a mi destino, programando mi GPS interior para localizar la ruta mas corta a ese hotel tan distinguido que hay cerca de mi casa.
Entre pitos y flautas es madrugada, por lo que el bar ya estará abierto y apenas lleno. Efectivamente al llegar puedo ver que tan solo esta el hombre del piano (con las típicas canciones tristes), el barman limpiando las cocteleras y unos cuatro o cinco clientes en la barra.

Les echo un vistazo y encuentro alguien interesante: un hombre de unos 35 años, de pelo negro profundo, media melena con un par de ondas, como a mi me gusta. Viste un elegante traje, camisa oscura y corbata maltratada encima la barra (debía molestarle). Decido acercarme a él y sentarme a su lado, camino despacio y con seguridad para que puedan notar mi presencia con el ruido de los zapatos.

Al sentarme a su lado el barman me mira con cara de indiferencia y me pregunta a desgana:
-¿Qué desea tomar la señorita?
Inclinando mi cabeza hacia la derecha le digo:
-Lo mismo que el caballero.

Mi petición y mi proximidad hacen que el extraño levante la mirada para averiguar quién se sentía tan sumamente impotente y desgraciado a esas horas como para pedirse un whisky doble con mucho hielo.

Adivinando sus intenciones le miro tímidamente y le ofrezco una pequeña sonrisa. Me sonrojo un poco al ver que tiene unos penetrantes ojos verdes y que es realmente atractivo. El barman, con su ya normal indiferencia me sirve la bebida, haciendo que los dos desviemos la mirada al vaso. Se produce un silencio. Me mojo los labios para simular que bebo, odio el alcohol.

De nuevo me giro a él y con la misma sonrisa y voz tranquilizadora empiezo la conversación:
-Un mal día?
-Otro más de tantos. –Me dice mirándome de reojo mientras de un trago se termina su whisky. –Siempre pides lo que beben extraños o simplemente pides bebidas que no te gustan por vicio?

Esta vez él había bajado la mirada hasta mi copa, era evidente que por más que intentara disimular se notaba que no me gusta el whisky. Desvió su mirada hacia mi collar, las luces del local acentuaban su brillo y provocó que bajara la mirada hasta mi escote (el collar había dado el resultado deseado).

-Que es eso tan preocupante que mantiene a un hombre tan guapo anclado en este bar y a estas horas? Y sobretodo solo?

Cuando intentas entablar una conversación con alguien que posiblemente vaya por su tercer whisky y que no te ha mandado a paseo es porque quiere que le preguntes para poder contarte sus problemas.

-Mi vida es un desastre y una autentica mierda.

Se cruza de brazos y baja la cabeza. Cierra los ojos suspirando levemente. Vuelve a mirarme, esta vez a los ojos.

Su mirada me coge por sorpresa, no me esperaba encontrarme esos ojos verdes mirándome con tanta fuerza y tanta sinceridad, volví a sonrojarme al ver de nuevo su gran belleza pero no podía apartar la mirada de él, era como si estuviera pidiéndome ayuda, que le abrazara y le diera calor aunque solo fuera esa noche, quería sentirse un poco menos impotente entre los brazos de una extraña.
No recuerdo el tiempo que estuvimos mirándonos fijamente, solo recuerdo la siguiente escena: la escena del ascensor camino a su habitación entre gemidos de placer, besos apasionados y los intentos salvajes de quitar la mayor cantidad de ropa en el menor tiempo posible.

La alerta de actualización del antivirus me hace tocar de pies en el suelo. Abro los ojos y veo la serie americana que estaba mirando en pausa en la pantalla de mi ordenador. Miro la protagonista, miro al protagonista (el mío era más guapo, pienso mientras sonrío maliciosamente), de repente una mezcla entre decepción e ira se apodera sin explicación de mi interior y me borra esa estúpida sonrisa de la cara.

-Realmente esta vida es una mierda.

Cierro la ventana del reproductor de vídeo y maximizo la aplicación que estaba utilizando para hacer el programa que me han mandado como deberes del fin de semana.

-Creo que me vendría bien un whisky...

La promesa


Un extraño silencio se apodera de mi entorno, ni siquiera el piar de los pájaros puede escucharse aun siendo una hora avanzada de la mañana, parece que hasta el ser más pequeño está pendiente de lo que pueda suceder en este corto período de tiempo. Noto sus pequeños ojos clavados en mi, observando e intentando adivinar mi siguiente movimiento.

Inspiro una gran bocanada de aire y abro los ojos. Miro a mi alrededor, tengo que encontrarle. Busco desesperada algo que contraste con el fondo, alguna pista de su posible posición para dar con él, mis ojos se mueven rápido pero quizá no lo suficiente. Cierro los puños con fuerza, detrás de mi aparente calma hay un cierto grado de nerviosismo y posible desesperación que intento disimular por si alguien me ve, me sentiría bastante avergonzada si alguien descubriera que estoy buscándole, o aún peor, que supiera que aún no le he encontrado.

Todo empezó dos o tres días atrás, fue un cruce de miradas repentino, fugaz pero intenso. Le dejé escapar por primera vez.
A la mañana siguiente un gran sentimiento de impotencia me culpaba de haberle dejado marchar, así que me prometí a mi misma que ese seria su ultimo sorbo y que le encontraría para no dejarle escapar nunca más.

Vuelvo a centrarme en mi actual tarea, cada vez noto que mis nervios van en aumento en el mismo grado que también aumenta mi desesperación, quiero encontrarle, NECESITO encontrarle y terminar con esta tortura interior que no me deja descansar por las noches y que hace molestas las mañanas. No puede ser que él, un ser tan pequeño e inferior llegue a hacer mella hasta tal punto en mi vida cotidiana.

De repente veo algo a la lejanía que pasa velozmente delante de mi. Es él. Intento seguirle con la mirada, localizarle con una chispa de esperanza mientras una ligera sonrisa picara se dibuja en mi cara.

Pero después de volver a mirar a un lado y a otro no consigo distinguir nada que se le pueda parecer. Suspiro resignada y giro la cabeza para mirar a través de la ventana. Fuera aún no pían los pájaros, siguen atentos al desenlace. Les lanzo una mirada amenazante (desafiante) y de un tirón lleno de furia corro la cortina para que nadie mas sepa de mi fracaso, los pájaros empiezan a piar con tono irónico.
Ha vuelto a escapar, ese maldito mosquito es más astuto de lo que pensaba y con suficiente valor como para dejarse mostrar a la luz del día delante de mi en señal de burla.

La conclusión de la noche es: un recuento total de 21 picaduras en una misma pierna siguiendo una extraña línea (realmente se burla de mi), un picor insoportable que me ataca a media noche impidiéndome el sueño y que por las mañanas me hace estar rascándome como un perro pulgoso. Me prometo a mi misma que mañana si, le atraparé.

domingo, 4 de abril de 2010

Me encantan


Una vez leí en un cómic que unos zapatos bonitos te llevan a sitios bonitos.
Me pareció una frase extremadamente cursi y de credibilidad poco fiable. Aún así la mayoría de veces que calzo mis zapatos me acuerdo de ella.

Sentada en un banco de la calle tengo los codos apoyados en las piernas y a la vez la cara apoyada en las manos, mirando mis zapatillas.
Son zapatillas deportivas, las conocidas Converse, me encantan.
Mi madre me compró unas cuando era pequeña, todas blancas aunque no recuerdo que en esa época fueran tan caras (de hecho, en esa época creo que el cine valía 125 pesetas y no los casi 7 euros de hoy en día).

Me entristece pensar que todo sube de precio menos los sueldos y que a este paso no podremos comprarnos ni zapatos, no podremos salir de casa y no podremos ir a sitios bonitos.

Vuelvo a mirar mis zapatillas, realmente me encantan, combinan con todo y quedan geniales con cualquier tipo de ropa, dan un toque juvenil y desenfadado al look. Éstas son negras con la goma blanca, las clásicas.

Recuerdo las que tengo en casa: unas rosa pastel y otras verdes. Si pudiera me compraría más, quiero unas azul celeste, otras blancas, otras moradas y a saber cuantos colores y modelos más hay en el mercado.

Es lo que tiene la moda, pienso decepcionada, no me gustan las modas, no me gusta que todo el mundo vista igual y aún menos porqué unas personas establezcan unos cánones de belleza o moda porque les aportan más dinero.

Me entristezco un poco más al darme cuenta que aún estando en el siglo XXI somos fácilmente manipulables y que pueden hacer con nosotros lo que quieran sin apenas darnos cuenta. A veces pienso que este mundo, esta sociedad, es como un experimento social y psicológico.
La pena se mezcla con una pizca de miedo. Cómo será la sociedad que vivirán mis hijos? No vamos por buen camino y es evidente, aunque muchos quieran cerrar los ojos y hacer oídos sordos mientras a ellos no les salpique la mierda...

Todos estos pensamientos negativos se desvanecen al volver a centrar mi mirada en mis zapatillas. Me encantan. Muevo los dedos de los pies dentro de ellas y un pequeño agujero en la goma de la punta de la zapatilla derecha me sorprende. No es una sorpresa agradable, mis zapatillas favoritas se están rompiendo pero no deja de hacerme gracia el hecho de ver mis calcetines debajo de la goma e intento reproducir el movimiento de una boca moviendo el dedo y jugando con el agujero.

Quizá este banco donde estoy sentada no es el lugar más bonito del mundo, pero sin duda mis zapatillas me han quitado la pena y el miedo y me han hecho sonreír y olvidarme de muchas cosas aunque solo sea por un momento.

Me encantan :D.

sábado, 3 de abril de 2010

Planta baja


Todo tiene que empezar alguna vez, en algún momento. La planta baja o el numero 0 es el principio de muchas cosas y aquí es dónde empieza mi blog.

No suelo ser ese tipo de personas que les gusta que todo el mundo sepa de ellas o amante de las redes sociales, más bien al contrario pero estos días de vacaciones tenía ganas de compartir mis pensamientos y vivencias.

Hay quien me diría que escribiera un diario, pero estos días noto una leve necesidad de escribir a alguien más que a unas simples hojas inanimadas, quiero dirigirme por primera vez a un público que apenas conozco o que simplemente me lea por aburrimiento o curiosidad. Gente anónima, que mis palabras no caigan en saco vacío o queden olvidadas.

Siendo sincera he decidido empezar este blog como símbolo de venganza a mi quizá expareja. Puede sonar ridículo aunque no esperéis insultos ni cubos y cubos de mierda encima de él despotricando sobre su persona, simplemente que he decidido hacerle la “competencia” a él como guionista que es.
Hoy me han entrado ganas de demostrarle que soy más de lo que él se piensa en su propio campo, una estúpida pero a la vez sutil manera de vengarme.

Posiblemente mis artículos no los lea mucha gente, no trataré sobre series populares o hablaré de chicos famosos, tampoco busquéis aventuras o historias de celos y amores prohibidos, solo las vivencias y pensamientos de la vida de una simple estudiante de 24 años.

Sin más, si deseáis subir en este ascensor que será mi vida preparaos para subir y bajar, para días buenos y días malos porqué esto acaba de empezar y la vida da muchas vueltas. ¿Subes o bajas?